NUESTRA SEÑORA DE LOS
ÁNGELES DE TORRECIUDAD - HUESCA
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Gozos a la Virgen de Torreciudad
La imagen de la Virgen de
Torreciudad fue entronizada en 1084 en una ermita junto al río Cinca. Es una
talla románica protagonista de una devoción verdaderamente secular: durante más
de nueve siglos, generación tras generación, ha recibido la visita en
peregrinación de los vecinos de los alrededores, que le han confiado sus
alegrías y penas, han pedido por sus necesidades y le han agradecido favores y
gracias.
Enciclopedia de la Virgen
3 octubre 2004
Trabajo editado por Edibesa
y que recopila disparidad de temas en torno a la Virgen
La Enciclopedia de la Virgen
es un trabajo editado recientemente por Edibesa y que recopila disparidad de
temas en torno a la Virgen. En su interior se divulga en las páginas 1.762 a
1.765 un artículo sobre Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad.
El texto empieza hablando
del origen de esta advocación mariana del S. XI y la posterior construcción del
nuevo santuario, por iniciativa del fundador del Opus Dei, San Josemaría
Escrivá, refiriéndose al lugar como “uno de los grandes focos de marianismo para
España y para toda la Iglesia”.
A
continuación reproducimos las notas que se pueden leer en el citado volumen,
adjunto a la Biblioteca Mariana, dirigido por José A. Martínez Puche.
TORRECIUDAD, NUESTRA
SEÑORA DE LOS ANGELES
Advocación mariana del siglo
XI, cerca de Barbastro, Huesca, que podría haber pasado inadvertida, como
tantos miles de imágenes y ermitas diseminadas por los pueblos y campos de
España. Pero un acontecimiento providencial en la infancia de San Josemaría
Escrivá unió la vida del fundador del Opus Dei a esta advocación mariana, y sus
seguidores han restaurado la imagen, han construido un grandioso santuario y
hoy Torreciudad es uno de los grandes focos de marianismo para España y para
toda la Iglesia. El carmelita Eduardo T. Gil de Muro describe así la actualidad
de Torreciudad (María, Madre de la Hispanidad, págs. 40-42. Edibesa, Madrid,
2002)
«Se mira en el embalse de El
Grado. y refleja en sus aguas el color rojizo de sus paredes. Y la altura
erguida de su torre. Y las cupulinas que rematan, con rara gentileza, las
techumbres del santuario.
«..Un poco más allá, por
donde antes estaba el escarpado camino que conducía a la vieja ermita, todavía
enseña sus muñones una torre o cubo de muralla o minarete encaramado. Está como
volviendo hacia la ermita lo que le queda del recuerdo de otros tiempos. Daría
la impresión de que es como un peregrino de piedra que se ha quedado enquistado
ahí: frente por frente de la casita de Nuestra Señora. Porque la vieja ermita
era sitio de citas con la devoción. Venían las gentes hasta aquí, en el día de
la fiesta. Gentes de Barbastro. Gentes de Monzón. Gentes de Somontano. Gentes
de El Grado. Resulta que la Virgen de Torreciudad era una Virgen llena de
prodigios. Una Virgen que ya estaba ahí cuando de ella nos habla el historiador
Faci en años del siglo XV. Que, por tanto, antes de que el historiador se
fijara en ella y en su capacidad de convocatoria, ya tenía que tener la Virgen
muchos años de convivencia en medio de esas gentes del Alto Aragón oscense. No
hay que olvidar que, ya en 1083, se había ocupado por las tropas cristianas de
la reconquista el pueblecito de Graus, sobre las orillas del Cinca. Y
Torreciudad, desde entonces, estuvo regida por mandatarios cristianos que,
naturalmente, promocionarían un tipo de vida religiosa en que Nuestra Señora
llegaba a formar parte como cosa sustancial y repetida.
“Hay, pues, en Torreciudad
una ermita pequeña, recoleta, muy llena de atmósfera recogida y silenciosa. Una
ermita que ha sido restaurada recientemente por los miembros del Opus Dei. Los
cuales, con indudable acierto, le han respetado a la ermita el aire rural y
montañés que tenía en sus orígenes. Por el camino de los Dolores y Gozos de San
José se baja hasta ella. Colgada casi sobre el acantilado del pantano. Haciendo
guiños al agua en las tardes de más impetuoso silencio. Esperando a que las
gentes -muchas ahora y todos los días- bajen y recen. Bajen y lloren. Bajen y
se gocen con esta presencia de Nuestra Señora, tan llena de poesía y de
recuerdos.
“La imagen pudo ser tallada
en el siglo XI. No se dice de su aparición ningún especial milagro. Cualquier
varón venerable la pudo hallar, si alguna vez estuvo oculta. O cualquier
caballero cristiano la pudo traer consigo, sobre el arzón del caballo, como hacían
tantos caballeros y aun reyes cuando iban a entrar en la batalla. El caso es
que se puso allí, en Torreciúdad. Y tuvo altar y nicho. Y tuvo romería.
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